sábado, 10 de diciembre de 2016

Telebasura.

Al escribir una historia de piratas informáticos, era inevitable meter a los medios de comunicación convencionales en la trama. Así que me aproveché para añadir en El Observador una crítica satírica de la televisión que se hace hoy en día.
Si han leído la primera entrada de este blog, ya sabrán que participé en un curso de guión para animar el panorama televisivo actual con mis historias fantásticas. No obstante, el sistema de las productoras y de las empresas de audiómetros está hilado de tal forma, que es muy difícil que los nuevos autores introduzcan innovaciones significativas en la producción de series televisivas. Los productores van siempre a lo seguro. Y por esta razón, proliferan tanto las comedias protagonizadas por un grupo de gente chavacana y los programas para Marujas.
Y lo digo yo, que una vez, después de volver del cine de ver Jurasic World y de estar quince minutos haciendo zapping con la televisión de mi piso, protesté: ¡Me aburro! ¡Yo quiero volver a ver a los dinosaurios peleándose entre ellos!
Por todos estos motivos añadí la existencia de Toda la tarde a la trama de El Observador. Se trata del típico programa para amas de casa que se emite por las tardes laborables. Presentado por un hombre atractivo y cargado de un gran sentido del humor, es un espacio que comenta las noticias de actualidad a través de una mesa de debate.
Me despeché a gusto con la creación de los tertulianos de esta mesa de debate. Son personajes estereotipados. Y en este punto debería decir, para ser políticamente correctos, que ninguno de ellos se parece a ningún personaje real. Pero la verdad es que sí se parecen, porque me basé en ellos para crear a estas caricaturas. Lo aclaro ahora, para que luego no haya malentendidos ni malos rollos.
Así que en esta mesa tenemos a la folklórica andaluza, tan famosa como religiosa, a la ancianita experta en crímenes, a la famosilla niña pija, que es la típica mujer florero, al director-actor de cine que muestra marcadas ideas de Izquierdas, al periodista cotilla que se curtió en una ya larga carrera del mundo del colorín, y a un experto científico, que habla poco  porque siempre terminan por callarle la boca al interrumpir sus exposiciones.
He de añadir que fue un acierto aderezar este programilla a la trama de El Observador. La cantidad de datos y de historias cortas que proliferan en esta novela es tan bestial, que temía que el lector pudiera perderse en este mar de datos.
Para evitarlo, he hecho que el presentador de Toda la tarde recite su monólogo de actualidad al principio de casi todos los capítulos de esta novela. Y precisamente, sin saberlo, siempre recita estos monólogos hablando de la última hazaña de El Observador. Así permito que el lector refresque su memoria al iniciar la lectura de un nuevo episodio.
Y para rematar la faena, el penúltimo capítulo de esta novela se desarrolla casi enteramente en el plató de este programa, porque después de la última gran hazaña de El Observador, el conocimiento de la existencia de este pirata informático ya no estaba relegado al ámbito de los hackers y de los agentes secretos. Cierto, ese penúltimo episodio es un capítulo recopilativo, pero pienso que el lector me lo agradecerá, porque así se hará una mejor composición de la trama y llegará más fácilmente a la increíble resolución final del misterio que encierra El Observador.

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