viernes, 16 de diciembre de 2016

Tu prostituta es una esclava sexual menor de edad.

Siguiendo con la estela iniciada por Dile a tu cónyuge la verdad, continúo con esta serie de mensajes comprometedores. En esta ocasión, se trata de una notificación que es enviada al teléfono móvil de un cliente novato que acude a un burdel por primera vez, justo cuando va a acostarse con una de las prostitutas del lugar.


Es otro episodio de El Observador, uno de los más tensos (y entretenidos), en el que aprovecho para exponer mi opinión sobre la prostitución.
Porque cuando alguien entra en uno de estos locales, ¿cómo hace para distinguir a las trabajadoras de las esclavas?
La respuesta a esta cuestión es muy sencilla. No se puede.
Por este motivo me animé a escribir la historia de un hombre que acude por primera vez a un burdel, con la intención de iniciarse con el tema del sexo. En esta ocasión, no escribí sobre un chaval tímido que actúa más movido por la curiosidad que por la lujuria. He descrito a un hombre maduro, acomplejado (por sus amigotes) por llegar a los 40 años siendo todavía virgen, porque las circunstancias de la vida no le permitieron encontrar una pareja estable con la que poder fundar su propia familia.
Decidí hacerlo así, porque hoy en día, los chavales no acuden a estos locales para saciar su curiosidad. Ya se encargan las clases de Educación Sexual para aclarar sus dudas. Por otra parte, es habitual emparejarse hoy en día a esas edades tan tempranas, sobretodo si se tiene en cuenta que las nuevas generaciones han perdido el miedo a pillar una ETS (Chavales, por vuestra salud, usad un condón).
En cambio, este pobre hombre pertenece a una generación que ha crecido con el miedo a infectarse con el VIH. Y si a este temor se le añaden sus circunstancias vitales (que por otra parte, son más habituales de lo que se piensa), se comprende que no haya podido ni siquiera tener una mejor amiga.
Así que acomplejado por su falta de experiencia, decide invertir parte de sus ganancias en una noche de sexo con una desconocida. Pero la cosa cambia cuando El Observador le advierte que está financiando, sin saberlo, una vasta red de tráfico de seres humanos.
Así que cabría preguntarse qué pasaría si el título de este tema se hace viral y se distribuye a través de los dispositivos de los clientes habituales de este tipo de negocio.

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